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Delia Cira Morales López



Delia Cira nació en 1950. Fue una niña callada, algo tímida. Jugaba sola y a veces con sus vecinos. Le gustaba leer, siempre andaba con un libro bajo el brazo. También le gustaba practicar basquetbol y cuando iba a la feria elegía los juegos de puntería, con escopetas de juguete. Una vez fueron a una feria de Aviación Civil con un primo y ese juego eligió ella.

En su casa había un árbol de raíces tan grandes que empezaban a levantar el pavimento. Su hermano quiso derribarlo y Delia Cira le advirtió: “Si tú tiras ese árbol, no vas a vivir para contarlo”. 

Estudió la primaria en la escuela Gonzalo Peña Troncoso, la secundaria en la número 60 de Pantitlán y la prepa en La Ciudadela. Eligió la carrera de Economía y la estudió en el Instituto Politécnico Nacional, en las instalaciones del Casco de Santo Tomás. Tuvo un trabajo en el Departamento de la Reforma Agraria, con el sueldo que ganaba tuvo la oportunidad de viajar y conocer el campo mexicano.

Sus hermanos recuerdan que cuando cursaba la carrera de Economía leía muchos libro y les decía: “En unos años van a ver cómo la moneda se va a achiquitar, van a ver, se van a acordar de mi”. Y fue cierto. 
Desde 1968 se sumó al movimiento estudiantil y a las luchas políticas. Su mamá lo supo y se preocupó pero también confiaba en su criterio. “Mi hija es una señorita estudiada, ella sabrá”, decía. 

En 1975 Delia Cira sospechaba que la seguían. El 10 de mayo llevó a su mamá con la familia, le dejó una nota diciendo que tenía que irse por algo de trabajo y no regresó, pasó cerca de 6 meses huyendo, escondiéndose para salvar su vida. En ese entonces ya había terminado la carrera de Economía y estaba terminando la tesis de licenciatura. 

Algunos meses más tarde, en octubre de 1975, la policía llegó a la casa de la familia, al departamento que habitaban Delia Cira y su mamá. Recuerdan que revolvían y destruían todo; que con cuchillos rompían los colchones y que se llevaron muchas cosas, desde la quincena que acababan de cobrar a los llamados “libros rojos”, es decir críticos y de contenido político, e incluso la tesis que Delia Cira estaba terminando. Los policías detuvieron por la fuerza a su hermano Nacho, se lo llevaron enfrente de sus hijos de 6 y 4 años. Su mamá alcanzó a encerrarse en un cuarto y la amenazaban con una metralleta, querían obligarla a confesar que su hija y otras personas se reunían allí.

Ignacio Morales López fue detenido ilegalmente y torturado durante 15 días, le aplicaban torturas como golpes en los oídos y la técnica conocida como “el pocito”. Cuenta que lo tuvieron en una cárcel clandestina que cree estaba por la calle Eduardo Molina, en el oriente de la Ciudad de México. Cuatro décadas después, todavía tiene secuelas físicas de esas torturas. 

Un sobreviviente de cárceles clandestinas dice que vio a Delia Cira en una cárcel clandestina subterránea, posiblemente en Tlatelolco. Años después la Fiscalía Especial para Movimientos Sociales y Políticos del Pasado (Femospp) mostró a su familia una fotografía en la cual se la ve demacrada, con el cabello más largo de lo habitual, caminando por algún lugar cerrado usando una falda y un suéter color azul marino. Les permitieron ver un expediente con muchos papeles y fotografías tomadas a su propia casa, documentos y comprobantes del paso de Delia Cira por las cárceles clandestinas del Estado mexicano. Pero apenas les prestaron el expediente por un ratito. No les permitieron sacar copias ni mirar a detalle. No les dieron copia de esa fotografía de Delia Cira demacrada, posiblemente en cautiverio, con esa falda y ese suéter azul.

No olvidamos. ¡Viva se la llevaron, viva la queremos!

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