H.I.J.O.S. México


Epifanio Avilés Rojas



Nació en la comunidad Rincón del Chavo, estado de Guerrero. Quedó huérfano a los 12 años de edad y entonces se mudó a vivir con su abuela. Ella falleció enseguida por lo cual llegó una nueva mudanza, lo adoptó uno de sus hermanos mayores, ya casado.

Tuvo una infancia difícil pero eso no cambió el carácter de Epifanio. Era un muchacho alegre, le gustaba jugar al fútbol y al voleibol, trabajar el campo y cazar güilotas, pequeñas aves que luego cocinaban en su casa.

A sus 18 años conoció a Braulia Jaimes Hernández, una muchacha que vivía en Mi Chilena, una comunidad al otro lado del río. Ella había estudiado en Chilpancingo para ser maestra y daba clases. Él no tenía título pero sí una vocación de alfabetizador que lo llevó a enseñar a leer y escribir a campesinos devenidos en peones que por esos días construían un canal.

Epifanio y Braulia se conocieron enseñando. Se enamoraron y escaparon juntos.
Mayores de edad, se casaron ante autoridades civiles. Vivieron algunos meses sin autorización de los padres de Braulia pero apenas pudieron conocer más a Epifanio, lo aceptaron y quisieron como a un hijo propio.

Eran tiempos de mucho trabajar y conocer, Epifanio y Braulia anduvieron juntos por distintos lugares. En su comunidad, alquilaban tierra para sembrar maíz y ajonjolí pero cuando terminaba la cosecha se mudaban a Acapulco para seguir trabajando allá. Epifanio laboraba como policía: “Llegó a ser cabo, luego sargento patrullero ahí en Acapulco y después estuvo en Iguala. Desde ahí lo mandaron a Ciudad Altamirano, allá fue jefe de la policía judicial”, recuerda Braulia y resalta que “como policía nunca se portó mal con la gente. Aprovechaba para poder ayudarla, no para fregarla”.

Durante los ratos libres, siempre paseaban. Iban a La Quebrada, a las playas de Caleta y a Barravieja. Si había bailes, también se apuntaban. “Bailábamos mucho. Tanto a él le gustaba como a mi”, cuenta Braulia y una de sus hijas recuerda el sonido de mambos y rancheras que alegraban la casa.

Nereida, Blanca y Jaime tenían ocho, seis y cuatro años cuando se llevaron a su papá, cuando lo desaparecieron. Sin embargo, algunos recuerdos quedaron imborrables y sobreviven al paso del tiempo: “Era muy alegre”; “se reía, se tiraba unas carcajadas bien fuertes”; “yo me acuerdo que mi papá era muy cariñoso y muy consentidor, siempre nos cargaba en sus piernas, jugaba con nosotros”.

Alfabetizar no era la única vocación de Epifanio, también le nacía organizar a las personas porque no toleraba las injusticias. Al enseñar a leer a los obreros del canal, por boca de ellos conoció las condiciones de esclavitud en las que trabajaban, de sol a sol y con pagos ínfimos que no alcanzaban siquiera para una buena alimentación. Los impulsó entonces a crear un sindicato, a que se defendieran de patrones explotadores.

Eran tiempos de injusticia en Guerrero, años en los cuales nacían organizaciones políticas y armadas. Lo han documentado diversos estudios como el libro México Armado, de Laura Castellanos: entonces “Guerrero es un estado mayoritariamente analfabeta (62.1%), ocupa el primer lugar nacional de fuerza de trabajo campesina, mientras aporta uno por ciento de la productividad agrícola. (La revista) Política señala que cuatro compañías devastan ochenta por ciento de los bosques, y una extranjera, la Gold River Mining Company, saquea los minerales de la entidad sometiendo a más de un centenar de poblaciones. Estos años la producción cafetalera y coprera (productores de coco) que había ocupado los primeros lugares en el país iniciaba una significativa caída” (México Armado, Era, 2016).

Epifanio Avilés Rojas conoció entonces a quienes organizaban el germen de la que fue una de las organizaciones políticas más importantes de esos tiempos por su zona, Asociación Cívica Nacional Revolucionaria (ACNR). Se cree que conoció a Genaro Vázquez Rojas y mantuvo algún contacto con ese grupo pero su familia no supo al respecto, él no les contó y no alcanzaron a conocer porque fueron pocos meses de cercanía antes de que lo desaparecieran.

Vinculados con ellos, participó de un intento de asalto a un banco, que no se logró concretar. Las autoridades lo ubicaron entonces y sus familiares se enteraron después de ocurrido el hecho, pero hasta hoy siguen pensando lo mismo: “Fue un asalto con causa, se necesitaba dinero para el movimiento, lo hizo por el pueblo. A mi no me da vergüenza decir que mi papá lo hizo -recuerdan sus hijos-. Al contrario, me siento orgulloso. No lo tomamos como que mi papá hizo algo mal, para nosotros fue un héroe”.

Los familiares de Epifanio explican qué representaban los bancos en aquellos años en Guerrero: “Como hijos de campesinos nos tocó vivir de cerca la pobreza y el robo que hacían a los campesinos. Se ponían de acuerdo los acaparadores y el banco, el Banrural. Cuando los trabajadores iban a cobrar les decían ‘pues fíjate que no ha llegado el dinero’ y les hacían firmar un pagaré con la huella en blanco para ellos manejar ese dinero. Volvía el campesino y le decían ‘no, pues, aún no ha llegado el dinero, date otra vuelta luego’ y así los tenían hasta que caían los acaparadores y les ofrecían comprarles” al precio que ellos ponían, inferior al que deberían cobrar por su trabajo. Banco y acaparadores, juntos, abarataban las cosechas y dejaban sin salida a quienes trabajaban la tierra.

El 18 de abril de 1969, entre las nueve y las diez de la mañana, un grupo de hombres armados y vestidos de civil llegaron a la casa de la familia Avilés Jaimes. Preguntaron por Epifanio y Braulia les explicó que no estaba porque había salido a buscar alimento para los animales. Permanecieron cerca de una hora dentro del domicilio, revolviendo entre las pertenencias de la familia y destruyendo cosas a su paso. Braulia recuerda que parecían policías judiciales y que llamaban “teniente Larios” a la persona que iba al mando. Después de una hora de allanamiento, se fueron. Robaron alguna de las pocas pertenencias de la familia: una radio, un par de mancuernillas y varias plumas.

Después de ese episodio, Epifanio se resguardó en una zona alejada. No pasó mucho tiempo hasta que decidió volver porque extrañaba a su familia y confiaba en la justicia, pensaba en presentarse ante las autoridades para declarar su versión de los hechos. En ese retorno, el 18 de mayo de 1969, cuando estaba en la comunidad Las Cruces, municipio de Coyuca de Catalán, fue aprehendido por el mayor Antonio López Rivera.

Un día después, la mañana del 20 de mayo de 1969, llegó una avioneta militar. De ella descendieron el general Miguel Bracamontes -Jefe de la Zona Militar en Chilpancingo- y dos agentes que lo acompañaban. En cuanto llegó la avioneta, el mayor Antonio López Rivera, custodiando al detenido, se acercó y se lo entregó al general Bracamontes. Éste personalmente lo hizo subir a la avioneta y les dijo a los agentes que lo llevaran al Campo Militar Número Uno (así se lo confirmó a Braulia personalmente y luego en la capital Renato Vega también le confirmó que tenía a su esposo dentro del CM1).

Desde ese momento se ignora el paradero de Epifanio Avilés Rojas, desde entonces está desaparecido. El silencio se ha extendido desde 1969 e incluso las autoridades del presente han sido omisas y cómplices al perpetuar la desaparición forzada de Epifanio.

No olvidamos. ¡Vivo se lo llevaron, vivo lo queremos!

NI PERDÓN NI OLVIDO

JUICIO Y CASTIGO

H.I.J.O.S. MÉXICO








Nos faltan a todxs




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© H.I.J.O.S. México  27/may/2021